Sobre Juan Soto Ivars y su órdago a la Violencia de Género

Al arrancar la lectura de los primeros capítulos “Esto no existe: Las denuncias falsas en violencia de género” y tras cometer la imprudencia de preguntar en Twitter/X, con toda la poca vergüenza, si Juan Soto Ivars tenía alguna enfermedad mental, movido por mi propio hate, contaminado de esta red social decadente, me he visto en una persecución bastante agotadora a través de mis perfiles públicos. No soy nadie, a ver. Pero tampoco estoy acostumbrado a liarla.

Así que retomé el libro, encontré por fin un hueco para intentar reconstruir y evaluar (a mi manera turbia) lo que está pasando con este autor: por qué las juventudes de la derecha reaccionaria lo consideran cada vez más una vaca sagrada, alguien de su mundo y a quien por contrapartida, las izquierdas están criticando intensamente. Y sobre todo, quiero esforzarme en entender por qué consideró el autor escribir un libro que, aunque bien documentado, incurre en importantes ataques frontales contra el feminismo, sui generis, con su habitual tono satírico, que aquí queda... digamos regulín. Y en lo personal, reconocer, por qué no, mi propio cansancio y tozudez, al atacar a un tipo más listo que yo, que estoy lejos de aparentar superioridad moral de cualquier tipo. No sería capaz de ejercerla ni en mis mejores días.

 

Por el tono de su texto, he tenido la impresión de encontrarme con dos tipos Juan Soto Ivars: uno, el que ven en su televisor: un señor paciente, educado y erudito. Un gran orador e interlocutor. Agrada encontrárselo en algún videopodcasts que, a diferencia de la telebasura, suponen un terreno amplio para conocer más a fondo las cosas que pasan. Los chavales andáis a tope con eso. Pero luego, encontramos otro, en las páginas de este libro, donde se muestra mucho más imprudente. 

Él es un escritor más que consagrado a sus 40 años. Le felicito por ello. Sin embargo, durante el primer cuarto del libro me he enfrentado con innumerables barreras y pantallas de humo; las que hicieron enfadarme sobremanera. Abunda aquí una trama retórica un pelín vulgar, construida sobre el metarrelato negacionista de los medios de derecha, su target, con las noticias del día a día, donde posiciona con abrumadora facilidad a la mujer como la culpable de hechos no conocidos o verificados. Otros casos admiten menos margen de discusión y ahí están también. Pero el tono es el mismo y en ese punto, donde no hay otra intención que maliciosa, se encuentra todo el corpus argumental que ha tenido que montar Soto. Un texto cuyo trabajo de investigación consiste en releer y en ocasiones reinterpretar la prensa de los últimos años respecto a las falsas denuncias y subvertir algunos conceptos, como los de Naomi Klein o Noelle-Neumann; esto es, de dos teóricas clave de finales de siglo XX.

Lejos de que dije que este libro era una basura en Twitter (😃), el texto es destacable en muchos puntos. Pero siento que su principal premisa sea un enjuiciamiento subjetivo; la "perspectiva dogmática de las políticas de género". Se apresura en emitir consideraciones sumamente banales o poco reveladoras y es inconsecuente en el ejercicio del análisis, donde más se denota la pura pretensión de provocar (conmigo lo consiguió), con cierto revestimiento de todo ese discurso del vigente intelectualismo reaccionario anglosajón. Hablo tanto en general, del universo antiwoke en el que Soto está ya sumergido por completo, como, en particular, de los defensores y teóricos del nuevo masculinismo

Se encuentra pues este nuevo libro en ese espacio de debate, el del hombre y no el de la mujer. Exclusión que demuestra esa superficialidad intencionada, ya que banaliza y convierte en caldo de cultivo para un ensayo que es una especie de defensa y burla a la vez. Esto es algo aún más evidente en sus canales divulgativos como Youtube, y sus cientos de miles de seguidores con banderitas de España (cuando no imperialistas, o de Israel), con proclamas de odio en sus perfiles. Espacios donde el sentido común no es dialogante, por así resumirlo. En todo eso está, creo, el origen y consecuencia de este libro y autor, y la deriva que ha decidido tomar, y donde se identifican claramente los dos aspectos: tanto su talento, como su crispación.

Ya venía sintiendo como "resbalones" algunos textos suyos con anterioridad, pero resultaban más bien inocentes. Como en Viaje al centro del pensamiento libre (2022) sobre las nuevas formas del tabú («En estas circunstancias, ejercer el pensamiento libre es quizá más difícil que en una dictadura»). Tengo que soltar aquello de "¡Chupito!" cada vez que alguien, en un espacio privilegiado, se pone en ridículo a sí mismo al decir que vivimos en una dictadura política. Soto aquí parece Mariló Montero en La Revuelta, ¿sabéis no?. 

Bueno, el caso es que Soto era variopinto antes de esta, su etapa política. Hace una década llegó a coquetear con la literatura infantil, algo que le sigue acompañando en sus periplos por la crítica literaria. Y si repaso sus escritos previos aquí es porque, como decía, en Twitter/X he incurrido en un bocachanclismo importante, por escupir inapropiadas palabras en caliente sobre Soto, muy a pesar de que he seguido con interés al autor desde hace años. La fachosfera se calentó conmigo en un instante. De hecho, encontraba no hace mucho tiempo en Arden las Redes (2017) riquezas como eso de «Todos somos censores para el resto, y trabajamos en este terreno con un ahínco impropio de funcionario». Y es curioso; en aquél momento, Soto parecía estar entendiendo que la economía de la atención en el mundo de la cibercultura pasaba por asumir en uno mismo la rentabilidad del hate. En Nadie se va a reír: La increíble historia de un juicio a la ironía (2022) también abordó las cuestiones que ahora ha decidido encarnar; todo eso del "tour de la manada" y el análisis sobre la cultura de la condena mediática. El caso es que Soto aprendió a convertir la mala crítica de la izquierda en parte de su propio discurso, retroalimentándose o reapropiándose, al más puro estilo culture jamming. Bien por él y para su retórica autoinmune

Soto es bastante perspicaz. Tocar una fibra sensible que excede el terreno del mero ensayo político no ha sido un golpe de "suerte". Y aún sin caer en la más absoluta vulgaridad, se consolida ahora dentro de esa esfera de consagrados polemistas (Cristina Seguí, Roma Gallardo, Javier Negre, Alvise, qué se yo). Me sorprende porque tal vez porque nunca me paré a conocer mejor su cara pública. Pero hasta aquí el entusiasmo. Ahora en cambio, la sensación que predomina es la de sentirse abrumado por pasar las páginas y no ver el fin a este ataque político contra la mujer de izquierdas, señalando Soto uno a uno todos sus errores y reformulando sus aciertos como tales también, y abundando en ejemplos en los que excede el terreno de la opinión y se vuelve indigerible. Su tesis es muy clara al respecto: «La Ley de Violencia de Género no fue vanguardista, fue una anomalía». La determinación con la que Soto plantea una crítica al proteccionismo de la mujer, cae, en su contra, en proclamas de defensa del hombre bien genéricas, como la de decir que "los hombres también sufren las guerras" cuando tratamos de imaginar el sufrimiento de las mujeres en las guerras, que son violadas, esclavizadas, utilizadas y asesinadas

El principal problema son las mencionadas pantallas de humo de este texto, la generalización de errores en el sistema que son tomados por sistemáticos y cuya justificación son los desvaríos de los políticos. Ese cóctel no tiene ningún sentido. El libro funcionará para ciertas juventudes políticas liberales, pero flaqueará para perfiles con conocimiento de causa: alguien con un poco de base teórica o conocimiento de las leyes y el funcionamiento de la Administración Pública, los Tribunales o la Policía, en sus respectivos programas de actuación; o para cualquier mujer feminista (difícil no sentirse atacada); o para alguien que haya vivido de cerca el asesinato o maltrato sistemático de una mujer (difícil la pretensión de igualar escenarios). U otros tantos como: servicios sociales, personal técnico especializado, operadores jurídicos o trabajadores de instituciones de atención a víctimas. En mi caso es personal; mantengo de cerca uno de esos casos de tortura, enfermedades mentales y dolor, por más de 20 años. Poca broma. 

Ante toda esa estructura social, Soto se escuda en un tono de burla relativista, buscar poner todo en entredicho, cuando no, proponer su desarticulación. A estas alturas, el Instituto de la Mujer debe estar pensando si reforzar, tras esto, estrategias de pedagogía pública. O una lista, negra, ya puestos. Si ya abundaban las declaraciones de guerra en forma de "Investigaciones Independientes" que hablaban sin tapujos de un movimiento de "feminazismo", el terreno del ensayo político liberal, ahora trending, tiene asegurados sus huecos entre Youtubers e Influencers de derechas por un lustro. Ellos se rifan además a quienes van con su movida: véase la tradwife influencer Roro, con Vox (Soto la defiende en su liibro).

Pero el relato de Soto es eso; una gran pantalla de humo. Intoxicado de prejuicios sutiles, con fuentes que son un cóctel de voces en su línea y un análisis que propone inviertir la carga de las pruebas

Asimetrías y barreras retóricas

La asimetría domina los discursos y sensibilidades políticas en materia de Género. Hay una asimetría positiva: la creada ad hoc por las Políticas de Género para intentar concienciar de la violencia machista, tanto diacrónica y sincrónicamente, la violencia estructural y la oculta. En ese recorrido, los enemigos del feminismo la han entendido cada vez más como una distorsión; y claro que hay algo de cierto en eso. Pero quienes comulgan con ello no son otros que los radicales de extrema derecha, que están cada vez más nerviosos por cuestiones que muchos ya dábamos por sentadas hace décadas. Sus proclamas, caen en la simplificación extrema que vemos en este texto, y durante su lectura, esa semejanza he deseado que fuera una casualidad. 

El progreso no es lineal, está claro, y vivimos tiempos de peligroso retroceso en materia éticas y morales. En el mundo de hoy, del relativismo y la posverdad, vemos cómo las nuevas derechas de las élites blancas se han envalentonado y rebelado, promoviendo su manipulación para crear el conflicto y la guerra contra los demás. Mujeres, inmigrantes, clase obrera... Con la maquinaria de la desinformación y los prejuicios a pleno rendimiento cuando gobierna la "izquierda", promueven su particular reconfiguración mitológica de nuevas verdades absolutas. Aquí, y no en otro lugar, se asienta el libro de Soto Ivars, en torno a una dicotomía social: la de Posverdad VS "Poscensura", (este segundo, concepto del propio Soto). Esa sustitución del concepto de posverdad en favor del de poscensura, es el giro que la derecha intenta promover, y que aplica sobre los progresismos como el feminista, un virus como el que ellos padecen: un gobierno de la mentira. Ante todo ello, se presupone que todos nosotros, los que no estamos en su onda, actuamos siempre dentro de su "dogmatismo dominante". Una tesis sumamente difícil de explicar si no es dando por naturales unos prejuicios que, lógicamente, la mayoría no tenemos. Por resumirlo: algo que entronca con esa falsa dicotomía de Democracia o Libertad

Ese es el lugar donde "Esto no existe" propone ampliar la distorsión de la realidad en materia de Denuncias Falsas realizadas por mujeres a hombres. Que son canon. Un agujero del sistema. Para ello, el autor ha tenido que ignorar cuestiones profundas de las relaciones sociales y afectivas. Véase, ramas de pensamiento como la psicología social, que hombre, sin ponernos exquisitos, nos ayudaría a entender los conflictos que entreteje. O bien, la utiliza cuando le interesa, para evaluar por ejemplo, la psicología de la mujer liberada. 

Uno de los anzuelos principales es la pretensión de reformular el mito de la eterna niña en la mujer occidental, que lejos del análisis, se graba a fuego como un hostil desencuentro con la debilidad mental y emocional que viven las mujeres en nuestro tiempo. El concepto está ahí, el lo usa, y en principio puede ser aceptable, pero creo que nada justifica semejante asimetría. De la vulnerabilidad masculina no dice nada. Ese manchild aún más destacable. Es precisamente ahí donde, como él, tantos autores pretenden desintelectualizar al movimiento feminista y reenfocarlo en una especie de neoreligión (un claro préstamo que hace Soto de Amando de Miguel y otros cuantos). Yo creo que ese camino, aunque lo documenta bien, no le funcionará, y la sociedad sobrerreacionará, como hemos visto ya. 

Todo este preámbulo retórico son auténticas barreras para el intelecto y el pensamiento crítico. Porque se presenta de manera muy burda. Si vamos a hablar de la existencia de creencias totalizantes con estructuras simbólicas análogas a las religiosas, al estilo de Jordan Peterson u otros en esa línea (admira Soto a Claudia Gordin o Warren Farrell) tendremos que hacerlo con un mínimo de análisis y no con la opinión y la subjetividad por armas. El resultado es lo que parece: un ataque instantáneo en esta, una semblanza de las "miserias del otro"; una "conjura de las necias", donde se presume que todas o casi todas las mujeres están adoctrinadas por la ideología radical de género... A mí me parece como aquello que dijo Ferreras a Villarejo cuando querían desmontar con bulos a Podemos: que "es todo demasiado burdo, pero vamos con ello". 

Es una pena, la verdad. La falta de contexto, digo. Lo explícito de su mensaje. Qué bien le hubiera venido una pauta contextual más amplia, y demostrar interés en comprender mejor las reacciones o el cansancio por cierto feminismo radical. Algo que en su núcleo temático resultaba esencial. Tampoco se acerca a evaluar por qué hay androfobia, que está calando en el lenguaje y en la cultura. La vulnerabilidad de los hombres en nuestro tiempo. Estos debates son omnipresentes, aunque mucha gente joven de derechas lo esté descubriendo ahora con Soto, pero es tan viejo como el feminismo. 

No nos vamos a poner exquisitos, pero aquí no hay un solo intento de aproximarnos a comprender las relaciones líquidas, la erotización mediática, esa "agonía del Eros", en definitiva, que vivimos tiempos de saturación emocional y afectiva... Maldita sea, que ese burnout es general y estructural. Se sobreentiende el desinterés profundo de Soto por la Socioantropología actual a la que tilda de "idealistas" nada más arrancar su ensayo. Y que la política está invadida, para mal, de ese enfoque holístico: «He llegado a la conclusión de que hemos vivido gobernados por cínicos que adoptan el discurso de los idealistas». En este punto, parece entenderse que el enfoque del problema desde su complejidad no es necesario, que eso sería solo verborrea de izquierdas. Estupendo.

Denuncias Falsas: existen, preocupan, y merecen atención

A través de los casos que aúna, de la actualidad mediática, en el bloque específico sobre Denuncias Falsas, Soto es convincente, se excede aquí menos o anula en buena medida sus juicios de valor, y nos recuerda la concisión de su escritura. Se le ve empático y precavido. Ese es sin duda, su lugar, la justificación de este libro, y del que hay poco o nada que desmontar. Lo digo para amedrentaros del skiprate de este artículo y su recorrido tedioso. Al margen de las polarizaciones, lo que me parezca bueno, lo voy a decir, aunque me equivoque.

No entiendo por qué casi siempre el avance en el terreno de la igualdad tiene que quedar tan opacado en las reconstrucciones ideológicas sobre la masculinidad, si no son contrarios. El #MeToo, lejos de imponer una «dictadura de género», está haciéndonos repensar mejor las relaciones entre hombres y mujeres. El concepto de Deconstrucción, que Soto detesta, sigue siendo necesario, en tanto en cuanto tenemos que soportar el hoolliganismo machista cada maldito segundo. Lo que se aleja de la realidad es pretender poner como igual de importantes las treinta denuncias falsas al año ante el medio centenar de asesinatos machistas. Os voy a ser brutalmente honesto: incluso si conociéramos la cifra exacta de denuncias falsas de mujeres a sus parejas (pongamos 10.000, o cualquier número que consideráramos escandaloso), las conquistas del feminismo en este brevísimo instante histórico seguirían pareciéndome un milagro; los actuales desajustes presupuestarios en favor de la mujer, una mera contingencia; y el neomasculinismo liberal, una apofenia enfermiza

Se pretende que los casos expuestos, que son muy tristes, destrivialicen el escenario de sufrimiento del hombre. He dedicado un tiempo a cada uno, he consultado las fuentes de Soto, he buscado nuevas noticias... Se me han ido dos semanas en ese proceso, a lo tonto. Hablo de los casos de Ahmed Tommouhi, Dani Alvés, José Antonio Valle y otros tantos casos que permanecen en anonimato. A través del relato de Soto, vemos evidente lo arraigado que tienen muchos hombres estigmas como el sentimiento de inferioridad, y lo necesario que se hace comprender mejor la agresividad masculina. Sirva como ejemplo esta declaración incluida en su libro  «Lo único que me parece raro es que con toda esta mierda no hayan subido los asesinatos a lo bestia. La violencia que te provoca esto no te la puedes imaginar». Hay algo de deseo oculto en incluir esta declaración vengativa. Los relatos sobre las injusticias no pasan por explicitar estos enunciados. Mientras tanto, nos seguimos riendo de cosas como la deconstrucción del ego, aceptamos incluir este tipo de pensamientos intrusivos en forma de lamentaciones legítimas y seguimos mirando a otro lado a problemas como la psicología masculina, brotes psicóticos y testorterónicos, por decirlo burdamente y reforzando el verdadero mito aquí: el de que el sistema ahora es anti-hombre

El listado que Soto expone de motivos por los que «una mujer querría arruinar la vida de un hombre con una denuncia falsa» entra en el terreno de la especulación más repugnante. Pero todo es plausible, desde luego. Yo, que soy un puto entusiasta, soy más de pensar que la sociedad está cada vez mucho más preparada y concienciada y no al contrario. Ingenuo optimista desde luego; pero no tanto. No pensaría lo mismo de los políticos, quienes siguen demostrando a diario su negligencia casi sistemática, sus exageraciones y en particular sus reduccionismos con temas como el de la Violencia de Género, sobre todo, cuando participan en espacios de debate. Lo demuestran a diario. Exageran, insultan, mienten, ridiculizan. Pero no puedo pensar que somos iguales que los políticos. Y Soto apoya su discurso en los patinazos de las feministas en el Congreso, sentencias mal empleadas, terminologías y otros temas que aborda de manera simplificada, como la Ley 4/2023 de Igualdad real y LGTBI. Oye, quizá sean necesario visiones simplificadoras de la realidad, en eso consiste la divulgación. Puede ser. 

La veamos bien o, en este caso, mal, también se da esa simplificación en conceptos como el de violencia vicaria que para él «deja fuera todo lo que no interesa». Como cuando se intenta crear sensibilidad respecto al sinhogarismo femenimo (16%), cifra que hasta a mí me ha sorprendido conocer. Y podemos seguir, pero todo tiene que ver siempre con una lectura de titulares clicbait que Soto quiere poner como si fueran imposiciones políticas. Relecturas de género que, es verdad, son exageradas e imprudentes. Y tiene razón en que los políticos parece que no entienden tampoco lo que hablan. Pero de ahí al dogma y a la dictadura, hijo mío, hay un salto. 

Por ello, creo que es el momento de parar en seco a la derecha en todo esto. Y de reorientar a la izquierda. Detectar todos esos empeños de ambas polaridades por alimentar una tendencia enfermiza, la de hacernos sentir las relaciones afectivas como actos de opresión y victimismo. Y por eso creo oportuno desmontar algunas patrañas como las aquí presentes.

Relecturas feministas, "Narrativa de género"

Hace nada, el nuevo programa de Toni Cantó, El Debat, arrancó con el valenciano haciendo un nuevo ridículo histórico, consiguiendo un 0% técnico de audiencia, e iniciando el programa con la frase «¿está el feminismo en crisis?».

En cambio, el efecto de "Esto no existe..." en la huella mediática ha sido instantánea: Nº1 en Amazon, Trend Topic y toda la pesca. De inmediato se ha escalado todo ese repudio a la par que esa admiración hacia el libro, por parte de gente que lo ha leído y gente que no. A la gente más de izquierdas que no, Soto repetirá por meses que "en serio, leedlo, que ya veréis como funciona...". Quizá por eso yo me armé de paciencia, respiré hondo y tuve un segundo encuentro con el mismo, a través del cual seguí buceando en el estercolero cotidiano de reacciones en las redes; la informalidad, el sarcasmo y volviendo al libro, donde seguía encontrando toda esta misma agresividad retórica que nos domina. Con todo ese ruido semántico, uno reconoce encontrar las pinceladas de calma de Soto, y comentarios algo menos pasivo-agresivos de lo que se ha dicho. En su favor también, quizá me ha convencido en algunas cosas. Demonios, si hasta leo imaginándome su voz. 

Pero una vez terminada la lectura, me he quedado bastante como ya estaba; he buscado por los fundamentos éticos de Esto no existe... y cuesta encontrarlos más de lo que dice toda esta nube o esfera de opinión liberal, AKA fachosfera. Porque fijaos, es un texto de predominante sátira social (recuerdo que Soto es gran admirador del humor negro Yasutaka Tsutsui). Porque parece inspirarse a veces en ficciones. Ficciones aceptables. Porque no muestra demasiado interés en construir puentes, por ejemplo en la vía legal. Si estuviéramos en ese escenario, todavía podríamos tener el morro menos fino. Pero, con afirmaciones como que «El machismo mata solo es cierto a veces», es fácil abandonar la lectura. Cuesta debatir sus conclusiones apuradas del inicio, como cuesta ver en lo social un reflejo de que la crisis afectiva sea por culpa del feminismo de izquierda en primera instancia. Como tampoco podemos ponernos en el lugar de esa reaccionaria y radicalizada juventud ultraderechista en auge que acusa igualmente a la liberación de la mujer de ser su principal enemigo. toda una oleada de digital bullying a ratos asfixiante. De posverdad, no de poscensura, como dice Soto.

Nos dice Soto que «Cada cual elige sus banderas», como si la lucha contra la violencia de género fuera una aventura política y nada más. Como si esa expresión no le tildase a él de lo mismo. Y a las distorsiones que producen esa nueva alteridad hostil y desviada, no da margen de actuación o revisión, ya que no documenta nada que se parezca al diálogo social. El feminismo es aquí casi una venganza histórica impuesta por un sistema de poder. La Wokesfera, insisto. Y desde esa declaración de intenciones, su relato podría entenderse como unilateral, como poco, y autoparódico, pues hay pocos momentos en los que su tono sarcástico funcione en esta materia (no así en otras). Ojo, que nunca saquemos el humor de la ecuación. Y que la libertad de opinión no está en duda. Pero ya está bien de hacer caso al discurso fácil y tan rentable; ese perpetrado por cualquiera deseoso de estar en la primera plana mediática con cierta socarronería.

Pero es en esta línea donde estos nuevos autores parecen detestar la cuarta ola del feminismo, la del #MeToo y la violencia sexual, un fenómeno global que él considera Soto una teoría de «consumo fácil para el móvil» de «posturas obstinadas, fanáticas y contraproducentes». Hasta satiriza sobre el hecho de que las feministas protesten contra Hazte Oír. E igual hay algo de cierto en que, en las batallas contra el primitivimo de los lobbys ultracatólicos, se produce cierta pérdida del foco en la realidad. Pero Soto no pone "notas al margen" en su sarcasmo. Redefine y denigra textos, conceptos, propuestas, simplemente porque no le vienen bien para su compendio. Todo esto él lo sabe, no es tan imprudente. 

Como resultado de su libro tenemos una feroz respuesta crítica de la izquierda, que está soportando Ivars con aparente estoicismo. No celebro boicots o escrachés, por cierto. En el reciente artículo de ElPlural: Desmontando las falacias del libro de Juan Soto Ivars, Cristina P. Marcote incurre en la descalificación fácil hacia el autor, creando una impresión que, considero, es superficial con la realidad de este libro. 

Soto está de sobra preparado para soportar los ataques, y no ha tenido tacto en iniciar la promoción por algunos de los espacios más marcados por la desinformación como Cuarto Milenio de Iker Jiménez o Espejo Público Susana Griso. No sé si por esto ha sido muy listo o muy tonto. Pero el altavoz lo ha conseguido. Es lo que importa, construir ese vacuo debate de medio minuto en el que aparece alguna opinión en contra de una señora muy enfadada, recriminando con mala educación al autor, y ya tenemos la excusa perfecta para que le encumbre gente que, insisto, tampoco va a leer su libro. 

Otra decepción que encuentro en su texto es que el concepto central no sea tanto las violencias falsas, sino su crítica a la «narrativa de género»: nada más ni nada menos que un ataque frontal y satírico contra los colectivos que protegen a la mujer. Emplea ese concepto para edulcorar todo este acto extrapolítico de agresión. Y sentirlo así es desagradable para un simple curioso, como yo, que me acerqué al texto por simple curiosidad y acabé cabreado y escaldado. 

Afirma el murciano: «hay que reconocerle el mérito a la narrativa de género, pues ha conseguido convertir los dolores de la mitad de la población en insignificantes». Yo no vivo en esa versión del multiverso donde el sufrimiento de los hombres es sacrificado, abnegado, excluido del debate público, pero debo ser prudente y considerarme un privilegiado antes que negar en rotundo este conflicto en quienes sí lo puedan estar sufriendo. Aún así, me pregunto, ¿cómo es que esa sensibilidad general hacia la defensa de la feminidad produzca una marginación tan absoluta de lo masculino? ¿Realmente hay causalidad como dice, o correlación, como parece?. ¿Qué tan torpes somos el resto de los librepensantes cuando no habíamos sido capaces de enfocar este debate sin tener en cuenta que estábamos degenerando la masculinidad? No sé, los temas de género son tan emocionales como políticos, y la visión de que las luchas de la mujer en el mundo moderno la convierten en el enemigo directo de los hombres no son un diálogo, son un sermón de cuñado, con clichés de la talla de «También hay mujeres malas»

El feminismo es tan errático como cualquier otro movimiento o eje de transformación. Pero le exigimos la perfección absoluta en cada instante. Como en la naturaleza colectiva de cualquier fenómeno social, se vuelcan todos los hechos y planteamientos posibles: los más vulgares y los más sofisticados. De lo primero es buena muestra este libro, que lo concibe como un estigma social estructural, no solo en la vía legal, sino en cualquier otro aspecto. 

Cherry picking y Falso Dilema

Si vamos un poco más allá en las visiones sesgadas de la actualidad, nos podemos preguntar ¿por qué tanta paranoia tienen algunos intelectuales y pensadores ante términos como la pluralidad, la hibridación o el multiculturalismo? ¿Por qué esa enfermedad mental en buscar siempre al inmigrante en el titular en Sucesos? ¿Por qué dan por válidos tantos bulos sobre mujeres crueles y asesinas que luego no lo son? El concepto de minoría, por ejemplo, Soto no lo entiende. Lo vemos en esa interpretación sesgada del concepto(«Si los hombres maltratados son una minoría respecto al número de mujeres, ¿por qué no atenderlos? ¿No es eso lo que hace el progresismo con las minorías?»). Con una afirmación así, ¿cómo podemos afrontar el asunto con seriedad?  

Esa crítica hacia la canónica hipersensibilización de lo femenino no nos da la impresión de escorarse de manera tan precisa hacia un discurso de odio. En ocasiones, no está ni siquiera encubierto. No hay sutilezas. Y esto me entristece. Hablamos entonces de un falso dilema, el de la asimetría inversa donde el hombres blanco es minoría. Pero los datos siguen sin demostrar esto.  

Si nos ponemos al nivel de Soto, debemos entonces emitir todo tipo de justificaciones sobre cierta invalidez histórica del genocidio cada vez que nos encontremos con un judío sionista radical. Y perdón por ese reductio ad hitlerum, pero esta es la línea en que se mueve todo este discurso que, sí, sobre evalúa las denuncias falsas. Tiene mucho de arriesgado como de acertado Soto, pero su ideología no está oculta tampoco, sobre todo en los excesos de oralidad apresurada. Igual es un exceso de honestidad. Pero pensar que el machismo en realidad no está detrás de todos los asesinatos a las mujeres documentados oficialmente, solo podría valer como espacio de debate liminar; como anécdota. Llevar esto a trending topic es un holocausto, pero de la razón. 

Le parece denunciable aquella macroencuesta histórica de 1999 sobre violencia machista a las mujeres, por el hecho de que no se preguntase también a los hombres, como le molestan los Puntos Violeta, que considera «tenderetes regados con dinero público», a sabiendas de que esta percepción no tiene mayor recorrido que la que encuentra en el caldo de cultivo de bulos de la ultraderecha. ¿No es capaz o no quiere Soto reflejar la tensión y la violencia simbólica, que tiene que recurrir al cliché del gasto público si no es para soltar una de esas coletillas tan rancias?

 

Soto centra su discurso en una contundente negación de la utilidad de los sistemas que aplican las Políticas de Género en materias de prevención, que considera exageradas. Como tantos hombres. Su perspectiva no busca ninguna delicadeza. En esas retorcidas comparaciones que son leitmotiv, señala que ±50 mujeres asesinadas al año en España por sus maridos le parece un dato que debería ser más bien anecdótico (0,02%), pero acusa que, en cambio, veamos la okupación como irrelevante, porque su porcentaje se acerca también a esa cifra (0,01%). Este cherry picking es abrumador para cualquiera que intente documentarse a través de su libro. 

A veces ni siquiera consigue un discurso o relato coherente; solo una secuencia de noticias que son como memes, y no existe ningún equilibrio entre Políticas de Género y Denuncias Falsas. Otro argumento para el despiporre: «ya hay alguna mujer costalera: o cocineras vascas, o en logias masónicas» que lleva el debate de género a una prosa brutalista y ese delirio en torno a grandes generalizaciones que, solo tienen sentido para los que somos unos viejos carcas. Y dice que «la mera expresión masculina estaría atentando contra una sociedad «inclusiva y diversa». Si esto no es humor rancio, es pura verborrea supremacista. Con cariño. 

El epicentro de todo es la famosa cifra oficial de denuncias falsas de la Fiscalía. Nada nuevo, esta lleva siendo desacreditada desde el día en que se hizo pública. Y hasta hoy, ha habido un largo viaje por las interpretaciones más variopintas. Pero no creo que nadie piense que las cifras oficiales sean "dogmas". Y como no hay ese debate, afirmar esto, no rompe esa «espiral de silencio» que dice (ni la conservadora Elisabeth Noelle-Neumann hubiera querido esta usurpación de su concepto). ¿La espiral de equiparar machismo a feminismo? 

Tanta obsesión por el dato de la cifra oficial de denuncias falsas esconde en realidad un tragicómico texto de condescendencia y victimismo masculino, una fórmula que hoy en día chirría, parece estar en las antípodas del pensamiento analítico. Está claro que ando desubicado aquí, pidiéndole a un ensayo la categoría de investigación profunda. Algo que Soto matiza que, en efecto, no puede ser (en costos, tiempo, etc.). Eso se lo agradezco. Pero es por eso que era tan necesario traer un poco de respeto, coherencia y trasfondo (véase, Psicología Social, Antropología...) a su esperado texto.

O si, por el contrario, Soto pretendía un ensayo crítico, también tenía un mejor margen de maniobra. Entrando en ese fango, fijaos que no ha sido capaz de señalar la gestión de la exministra de Igualdad, Irene Montero, donde tendría para cebarse; limitándose en su lugar a señalar la cotidianidad de sus redes sociales. Le llamarán machirulo rancio por eso.

Y jamás me vi haciendo esta comparación, pero el «van a convertir en agresiones sexuales hasta los piropos callejeros» que recoge Soto se parece mucho al «va a subir el IVA de las chuches» de Rajoy. Confundir la realidad con el discurso, solo nos lleva al mismo sarcasmo. 

La ironía entretiene, no argumenta

 Soto soporta la carga de haber dado un giro cuqui hacia esos viejos mitos del supremacismo White Anglo-Saxon Protestant porque sabe que funciona decir que, oye, "el pasado no era tan machista", luego del miedo que provoca a mentes muy débiles; esa reinterpretación histórica feminista actual. La permisividad que podamos tener por un discurso político como es el de Soto Ivars acaba donde empieza la decencia del sentido común y la intuición o sospechas de cierta arrogancia.

En esa deriva, el empleo de la ironía o el sarcasmo es constante en Soto, aún con una materia tan sensible. Uso que a veces da la impresión de explotarle en la cara, sobre todo si el enfrentamiento es contra feminismos radicales, ya que por desgracia, su ataque político contra la revolución sexual se pone a un bajo nivel de prosa frívola: «No seas ofendidito, no criminalices nuestra protesta justa y ponderada» (léase: "ni siis ifindiditi, ni criminilicis niistris pritistis jisti i pindiridi").

También hay comentarios para casos sonados como el beso robado de Rubiales a Jenni Hermoso. Todos sacamos las antorchas, vimos y comentamos sobre su actitud prepotente en cada horrible declaración; nos horrorizó toda aquella escena y se hizo más evidente que nunca lo necesario de desmantelar de una vez por todas esa especie de anacronía que es el macho ibérico, que ha sido el único reducto por el cual el fútbol femenino ha empezado a tener más atención. Pero esas sensibilidades eran erróneas según Soto, ya que convertimos todos a Jenni Hermoso en «una de las mujeres más influyentes del mundo». Pero ni Rubiales está en la ruina, ni Jenni Hermoso ha roto fronteras más allá de sus propios méritos deportivos.

Yo propongo a Soto que, en un tiempo, relea su texto al completo. Tal vez podrá descubrir el prisma bajo el cual ninguna victoria de género le ha parecido válida. Que casi todo es una conspiración. Saca el calzador con el concepto de la doctrina del shock de Naomi Klein (una autora centrada en los Cultural Studies sobre feminismo) equiparando las campañas de prevención "VioGen", como la llama, con situaciones de «discriminación a extranjeros o inmigrantes de la derecha», lo cual, no tiene sentido. 

En realidad, su metarrelato se falsea a sí mismo a veces. Se contradice, se autodesmonta, no a saltos, sino que la inconsecuencia a veces la encontramos dentro de sentencias aisladas, al pretender convertir ideas en eslóganes: «Sin cambios en la estructura económica y empresarial, las grandes corporaciones multinacionales se volvieron LGTBfriendly, feministas y antirracistas de la noche a la mañana». Es decepcionante ver que el único ataque que pueda hacer Soto a las Corporaciones sea ese reduccionismo de lo "woke". Esto es too much my friend. Pero empeora: «crearon departamentos internos antiacoso y se sometieron a auditorías externas, muy bien pagadas, para revisar sus políticas raciales y de género, sin que el poder cambiase de manos». ¿Ha visto Soto alguna vez las dinámicas rancias entre hombres y mujeres desde dentro de una empresa, pequeña o grande, como hemos visto el resto de la población en algún momento? ¿Qué análisis le merecen las políticas de Igualdad en la Empresa, ya que las menciona? Como no se encuentran, la conclusión se parece siempre a una animadversión latente por las victorias sociales de la mujer y siempre es con una ironía que vemos venir de lejos. 

Las cifras sí revelan verdades latentes

No, no tenemos por qué creernos las cifras que ofrezca la Fiscalía, pero lo que no podemos es darle la misma credibilidad a conjeturas que a la otra mitad de la sociedad le hace dar vueltas de campana, como la de que «nadie en el Poder Judicial cree esta cifra». ¿Hablamos de cómo funciona el Poder Judicial en este país? Mejor no.

El caso es que las tablas que presenta Soto en su libro sobre las asimetrías legales en materia de violencia de género SON el libro. Es el tuétano del asunto, el incidir en que tenemos serios problemas de sesgos en relación a determinados sistemas punitivos hacia el hombre. Estoy de acuerdo si se utiliza esta visión comparativa. Pero de ahí a negar directamente el “terror machista” en España en lugar de ese superado eufemismo que se manejaba antaño, de «violencia doméstica», hay uno, de entre tantos comentados, presupuestos silenciosos. 

La revisión legal en "Esto no existe..." es un punto flojo que muchos reseñistas están desmontando. Afirma que «la población lleva veinte años expuesta a pagar un precio desorbitado si se cruza con la mujer equivocada en la vida», y su libro cita siete u ocho casos que los medios escalaron a la categoría de escándalo público y de los que se denotan casi siempre conflictos que no suenan tan unilaterales. Las lecturas de resoluciones y el seguimiento en Tribunales requiere una gran inversión, no lo dudo. Pero las leyes, está claro, no cubren a un nivel tan subjetivo, estas cuestiones. Las leyes Violencia de Género (2004) o la de Igualdad (2007) no toman partida en ese deterioro de las relaciones afectivas en el mundo actual. Vaya, que no tienen que prevenirte de con quién te relaciones. Aquí, Soto hace de altavoz del desapego por las acciones preventivas que no puedo compartir. Volvemos a lo mismo de siempre entonces: si la Educación Pública, la Enseñanza Pública, la Prevención en Riesgos Laborales, El Estatuto de los Trabajadores, lo que se nos ocurra, falla una, diez o cien veces, entonces desmantelémoslas para siempre. O inventémonos que fallan, si hace falta, haciendo así saltar en masa a la calle a todos los sectores técnicos implicados. Y todavía, en lo más puramente antropológico que no calen cosas como este anecdotario ad nauseam de pruebas inconexas, en materias tan complejas como los conflictos de pareja, y que no nos conducen a medidas consecuentes con el problema. 

De todo esto, la filosofía lo sabe, siempre será necesario el Diálogo. Pero ante todo eso, en las redes y medios, la exageración es la norma, los testimonios se codifican en clave política, y en general, la falsedad se impone  en el altavoz social, haciendo que nos olvidemos del asunto principal: la misoginia aún dominante. Todas esas distorsiones solo las plantea, se dice, la izquierda (la mencionada asimetría inversa) y la consecuencia es una desgracia de escarnio público que parece que solo afecte a los hombres, cuando todos somos objeto ahí: sometidos, analizados, atacados. Pero ellas más.

Otra sarta de errores descomunales sobre el suicidio masculino le llevan a una visión lejana a la que tenemos en 2025, de un asunto que está liberándose del tabú a pasos agigantados, a pesar de que todavía falte tanto por avanzar. Pero más torpe es su insinuación de que «los suicidios laborales dejen de contarse como suicidios». De hecho, que se reconozcan jurídicamente como accidentes de trabajo sirve para garantizar prestaciones e indemnizaciones familiares. Lo que no se puede es afirmar que no existen unos datos que uno se niegue a consultar y apelar a fuentes como los estudios de USA o Canadá para traer otros resultados a tus argumentos. Aún así, está claro, una mejor gestión de los tratamientos de datos y mejores herramientas cualitativas de los mismos es una seria reclamación que debemos hacer a las Administraciones Públicas. Y los motivos tampoco a mí me convencen: riesgos de generalización, limitaciones técnicas, normativas que rápidamente están obsoletas (LOPD...). La burocracia digitalizada sigue siendo burocracia. En esto, puedo compartir con Soto una crítica feroz, si la hubiera, por la urgente actualización de los sistemas, que han tenido que ponderar "otras urgencias" frente a cuestiones de carácter general en su eficiencia. La batalla de género ocurre de fondo, en el telón social, y no tanto en un desmesurado proyecto de gasto público. Eso sí que no existe.  

Es un terreno demasiado heterogéneo para instrumentalizarlo con tanta premura y para ir tan de paseo por el campo. Las cifras oficiales que manejan los políticos, en última instancia, tampoco crearon el problema. Ya saben, son más proclamas o armas arrojadizas. Pero de ahí, de resultados inconsecuentes, al sobrentendido de una especie de gobernanza inflexible, unas leyes vengativas, o un régimen ginocéntrico, hay mucha fantasía.

El antifeminismo como teoría de la conspiración

Para Soto, los medios oficiales también forman parte del "dogma feminista" a través de los Manuales de Estilo periodístico. Expone un párrafo de la ley (especialmente acertado si me preguntan) en que viene a reivindicar, más allá de imperativos y de cifras, que «quien afirma que las denuncias falsas son una práctica habitual sólo está trivializando el asunto y desautorizando a las mujeres». Para Soto esta indicación es un "terrorífico mecanismo de control y censura del Gobierno". La verdad, es ridículo ver a un intelectual con semejante visión de un asunto que conoce, a sabiendas de que estos tratamientos solo tienen un efecto de recomendación sobre medios oficiales del Estado (como Agencia EFE o RTVE). Los "mecanismos" de verdad son otros, son los de los medios conservadores mutados en trituradoras de realidad; pero Soto no tiene una sola línea al respecto; porque es su target.

Si tan solo pretendía desmentir las cifras oficiales, lo podría haber hecho de manera muy diligente. Las analogías que pone para argumentar que hay muchas más denuncias falsas de las que se dice (cosa que, insisto, comparto encantado con él) le llevan a banalidades como la de «¿Quién no se ha inventado un cuento para justificar una ausencia en el trabajo?». ¿Que estamos, en un bar? La Antropología es horrible cuando se obsesiona con explicar un constructo social hasta la extenuación; se entiende que lo sociedad no tenga que estar en una reflexión profunda de las cosas, pero la alternativa no puede ser... esto.

"Esto no existe..." alcanza cuotas de conspiración y negacionismo y asistimos bastante atónitos muchos de nosotros por ello. Las perlas del autor pasan por aseveraciones como «se manipulan los datos para que la gente se sienta amenazada» y que «La narrativa de género cultiva el pánico social para unir a las mujeres como una tribu y apagar su sentido crítico con el señuelo de que las están protegiendo». Esto tiene un nombre, es propaganda fascista, cuando no, incoherencia sistemática. Y el que no quiera verlo tiene un trastorno mental semejante. No voy a lanzar la conspiración a la inversa y decir que las cabezas de los liberales y ultraconservadores estén reprogramadas, porque no hacen sino pensar como siempre pensaron. Esa nostalgia de la rancia, ese miedo al “cambio” es en el fondo un ejercicio de pereza intelectual profundo. Todo esto, lo digo por enésima vez, en torno a un libro que partía de una buena premisa, pero se contaminó al envolverse de ideología antifeminista que, ahora lo sé, siempre estuvo ahí en el discurso de Soto. Un ensayo que no disimula su agresión a las luchas de la mujer como el origen de todos los males... Que "la culpa de todo la tiene Yoko Ono"Soto es un tipo elocuente y majísimo hablando en público. ¿Se ha visto seducido por la fórmula del talk-show hasta sus últimas consecuencias? El populismo funciona en un mundo audiovisual donde ser buen orador lo es todo. Ser buen escritor está en un segundo plano. 

Desde aquél «Irene Montero es diabólica» de hace unas semanas, a este, su texto que justifica sus apariciones mediáticas, deviene su crítica a las fallas en el feminismo, vistas como un una auténtica paranoia, en un agujero conceptual insalvable como su principal sprint argumental: que las denuncias falsas llegan instantáneamente a un lugar de tramitación privilegiada, donde son desarticuladas, lo cual por consecuencia indiscutible está destruyendo a hombres buenos y coronando a mujeres crueles. Y en cooperación constante, toda una red estructurada de propaganda nos está lavando el cerebro 

La pérdida de elocuencia es un sacrificio necesario, y muy marcado a veces: «No todas las mujeres tienen los mismos intereses, es decir, que son individuos libres. Algunas quieren ser abogadas o neurocirujanas a tiempo completo y otras prefieren ser amas de casa y madres». Añade Soto que pueden ser prostitutas «si quieren» (cuidado Soto no vayas a hablar de toda esa voluntad doblegada del capitalismo afectivo y abordes el tema de la prostitución con un mínimo de trasfondo o respeto). Este apartado del libro conduce a un argumento paupérrimo; una especie de defensa apasionada de los hombres «que no aspiran a tener ningún poder, sino a vivir razonablemente y dejarse llevar por la corriente, también en casa, donde no oponen resistencia al mando de su mujer». Vaya, suena a muermazo. 

Es terrible que casi haga que prefiramos un antifeminismo conspiracionista, como el que a veces despiertan sus provocaciones, con este cóctel de tópicos. ¿Pero cómo no van a acusarnos de que somos de cristal, del babyman, las incel vibes, del aura pollavieja, del cringe, todo ese slang como consecuencia de que parecemos incapaces de afrontar nuestra propia inmadurez emocional? Cuando tengamos algo que criticar al concepto de patriarcado, que lo tiene, ¿podríamos no revestirlo de muecas, carantoñas y gestos que te hagan parecer un cruel iconoclasta? Lo único que conseguimos es evidenciar que estamos peor que en 1918 sobre el debate del androcentrismo en las estructuras de poder. 

Que el hombre ha perdido la libertad descalificativa hacia la mujer (no así la libertad discursiva en la que sigue siendo preeminente), parece todo un terreno de tensión social. Pero la realidad es que no, más bien es un mero indicador, involuntario, de analfabetismo funcional, de toxicidad, de red flags, vaya. La mayoría de la gente que conocemos, seguro que no está ahí. La sensibilidad o la autorización cultural para la crítica peyorativa se ha balanceado un poco, pero las asimetrías son otras: como la prioridad (que también Soto reclama) para que las políticas sean más transparentes y eficaces, que nos quitemos del medio a la actitud de superstar de los políticos, y que nos neguemos a cualquier imposición por la fuerza bruta de ideales. 

Y por supuesto, que nos centremos de una vez en la explotación sexual de la mujer, en el asesinato, antes que nada. Que tu derecho a contar tu versión, o incluso a decir gilipolleces está bien, la defiendo, la comparto y la ejerzo también; pero acaba donde empieza el verdadero problema. Esa defensa a ultranza de la masculinidad se parece más al terraplanismo, al negacionismo climático, al gorro de papel de plata, a eso de que nos fumigan con cheimtrails, y toda esa vaina. 

Pero los crímenes y asesinatos machistas siguen ahí, y por suerte o por desgracia, los noticiarios nos obligan a tragar con ello. A visibilizar un horror que persiste. Y que aún con ello, las cifras y relatos oficiales constituyen una herramienta indicativa y un elemento de protección para luchar contra un estigma social que no puede ser negada, porque... ¡cada puto/santo día es noticia! 

Por eso no soporto que un intelectual diga que esto es una especie de "imposición sagrada" donde debería importar más la sensibilidad pública, antes de atacar a la oficialidad. Yo me pregunto aquí, ¿el debate sobre esos inherentes «incentivos perversos de la sociedad», ¿no se le pueden aplicar a él mismo? Esto se llama karma. Yo creía que los defensores de Juan Soto Ivars lo hacían porque había dicho cosas muy interesantes, pero cada vez más me temo que esa afección es puramente reactiva, que ha creado un nicho que no es más que una turba anónima, una manosfera incapaz de hacer autocrítica, pero que resulta muy rentable.

Valga un ejemplo reciente. Uno contundente. Pocas cosas más esclarecedoras que Julia Salander, la politóloga feminista, intentando vanamente explicar qué significa la expresión "todos los hombres son violadores en potencia", algo que ni haría falta reiterar tanto. En aquél enfrentamiento en En boca de todos (Cuatro) pudimos ver una muestra de la escasa voluntad de comprensión y mecanismos de autodefensa absurdos del masculinismo tóxico. En respuesta, Antonio Naranjo (uno de los seres más infames de la televisión actual), considera llamarla "lerda", lo que por supuesto anula cualquier posibilidad de debate. Este es el tipo de asimetrías de los medios, a pesar de que la expresión de Julia no dejaba de ser un reto y una provocación muy interesantes de abarcar. Pero solo sabemos insultar.

Los errores de la izquierda política son innegables

Cuando se dice que la izquierda no puede cometer los mismos errores que la derecha, es cierto. O así lo creo. Por entrar en fangos: no puede haber casos como el de Iñigo Errejón. Aunque aún no sepamos nada definitivo, salvo quizá, que hemos conocido el tremendísimo personaje que es Elisa Mouliaá, o al verdadero Errejón, que tampoco había por donde cogerlo. Pero mirad, ahí tenía el analista murciano un caso de estudio sobre el tema de las denuncias falsas, del que se olvidó, casualmente, en su puntillosa revisión a la actualidad, de este hito tan significativo. Más que nada porque ha sido el mayor escándalo sobre género y política que ha ocurrido en los últimos tiempos. 

En su participación mediática constante, Soto sí ha comentado, con su habitual sarcasmo que «Las denuncias falsas solo existen cuando le caen a alguien de izquierda» (ConPdePodcast) o «el caso Errejón nos pone ante una nueva realidad y un relato en el que ellas se sienten inferiores [...] y en la que los hombres deben aprender a ser absolutamente cobardes ante las actitudes de una chica cuando quieren ligar» (#Thinkglao139). Sin dejar de ser un tipo muy divertido en sus speech y eventos públicos, donde todos nos relajamos más y aceptamos ese humor en mejor medida, no deja de notarse esa alergía urticante que ha desarrollado Soto para con la izquierda, y la habilidad para esquivar los auténticos debates sobre las luchas de poder sobre las que nos sentimos impotentes, tanto hombres como mujeres. Y esa es una decisión pragmática que ha tomado un intelectual que quiere empezar a vivir mejor de lo suyo y ha encontrado un filón en su crítica atroz al feminismo institucional. La salud mental, bien, ¿no?

La izquierda suele ser muy "letraherida" cuando se topa con un ensayo crítico de derechas sobre temas morales ligados a identidades. Mi brújula moral de giliprogre cutre, por ejemplo, está dando vueltas, aún a pesar de que suelo poner cierto empeño en leer a la crítica conservadora en la línea de Félix Ovejero, Gabriel Albiac, Juan Manuel de Prada, etc. Pero la condena mediática que la derecha pone por dogma, no se produce por el conflicto social entre "costumbrismo de buenos valores" y un "demoledor feminismo". Y eso lo sabemos porque el machismo es canónico entre ellos. Y aunque viéramos a la izquierda como igual de rancia que la derecha, que me parece bien, la asunción de que todos estamos "en la estructura del sistema patriarcal" tampoco es una negación a la autocrítica. 

Errejón está bien donde está; fuera de juego. Como Abalos. Que se pudra. Como tantos otros que se descubrirán cada cierto tiempo. Pero estos casos no confirman una Teoría General del Antifeminismo. Y si eso os fastidia, hacéroslo mirar. 

Polarizaciones irresolubles: Charocracia VS Fachosfera

El feminismo ha atravesado al pensamiento humano contemporáneo, y eso es innegable e irretractable si no es por la fuerza y la sinrazón. Lejos de esa visión de los grandes cambios (todos para mal según Soto) que ha traído aquella Ley Orgánica de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género (1/2004), y en general sobre la discriminación por razón de sexo como un problema estructural, del que se ha venido sentando cátedra, aunque muy lentamente, hemos empezado a ver ciertas transformaciones reales. La visión y la opinión pública en torno a la Violencia de Género ha sido forzada a transformarse. Y si amedrentar y atemorizar al hombre en ciertos aspectos es una forma de prevención, bienvenida sea. En ese proceso, sí, en algún momento tendrá sentido alguna forma de desinversión en materias de Género, pero todavía estamos lejos de ese escenario tan optimista. Las cifras nos siguen situando en el Top 10 de Europa. Y lo que está por llegar no pinta bien: las expectativas para una futura disolución del Ministerio de Igualdad, fruto no de sus errores sino del constante bombardeo desinformativo, parecen bastante factibles. Incluso dentro del PSOE hay claras posturas en favor de ello. El antifeminismo radical sigue creciendo y este libro da un pasito más en esa línea.

La violencia simbólica contra la mujer en el mundo ha sido erradicada en su cara más explícita quizá: pero nada más. Podemos hacer bromas de los terribles paisajes e iconos del pasado reciente: no hay más que recordar toda aquella proyección de los valores sociales en la TV: las "Mama Chicho", Jesús Gil en la piscina con las mujeres florero a su alrededor... La lista es interminable e insufrible. Soto, que reconoce esto, recuerda al sketch grotesco de Martes y Trece y la mujer maltratada, cuya denuncia actual es «una especie de catequesis» (no baja la guarda un segundo el tío). Siente sin embargo que, quizá, los sesgos en materia legal han creado una paranoia general por la defensa de la mujer, pero su trabajo sobre las denuncias falsas y ese relato del sufrimiento de los hombres no permite el lujo de concluir con afirmaciones tan arriesgadas como insostenibles. Debió quedarse en el dato y en el perfil bajo, pero le pudieron las extravagancias de su posición privilegiada. Quien esté predispuesto a comprar su discurso, lo hará, sin duda. Y quien no, lo sufrirá o lo denunciará. Así de polarizados estamos. Pero eso no son perspectivas contrariamente equivalentes. 

Confesaba ayer mismo Iñaki Gabilondo que «la polarización es un mecanismo que impide resolver cualquier problema». Pero hablar de "polarización" cuando nos enfrentamos no ya al auge sino a la consagración de organizaciones fascistas en todo Occidente, me parece un término cada vez más frívolo. Son, esos movimientos aceleracionistas de extrema derecha (ni una mención a eso hace Soto, NI UNA) los que van a poner más en peligro el papel y la presencia del feminismo en las futuras transformaciones sociales y por la fuerza. Ese giro hacia el odio, la desigualdad y la ignorancia tiran por tierra esta imaginaria "dictadura feminista" que no hemos conseguido ver con la claridad del autor, y por ello, lo que se propone aquí insisto, está demasiado descontrapesado para un debate serio entre iguales. 

De un futuro cambio de signo en el poder ejecutivo, hacia esa monstruosidad de cogobernanza PP-VOX, veremos no solo un retroceso en materia de Igualdad Sexual o Violencia de Género, sino una radicalización de las posturas. De este efecto rebote, tendrá también muchísima culpa el actual gobierno de coalición, y de todos los errores cometidos, en general, por los socialdemócratas. Pero el desgaste social es otra cosa, ocurre en todas partes, y la izquierda, aunque está en mitad de un ictus casi en toda Europa, al menos tiene el valor de observar el problema del hombre y el problema de la mujer de manera conjunta y estructural. 

Somos mejores que todo esto 

Hasta ahora, Juan Soto Ivars era un tipo que me caía bien, quizá por puro entretenimiento informal; por cosas como iniciar un libro suyo citando a Mama Ladilla. Detallitos. Un escritor que sabía hilar humor y reflexión, elegir sus temas y enfocarlos de manera divulgativa. Parecía un crítico ácido y a la vez comprometido. En realidad, siempre veré qué nos pueda contar. Pero este último libro he tenido que exprimirlo por pura catarsis personal, por cómo siento que está polarizando aún más si cabe a nuestra sociedad y cómo parece que, otra vez, se nos exige a los demás dar explicaciones de lo que ya estaba explicado: que la Violencia Machista es un hecho insoportable en España. 

La brecha crece con cada enfrentamiento social y nuevos puntos de desencuentro; valga el ejemplo del último invento: el descalificativo de "Charo" que tanto se escuchó estos días. (No, la izquierda feminista no se quedó nunca corta de jerga contrahegemónica). Soto no ha tardado en considerar sus presentaciones en bibliotecas una victoria contra la Charocracia... Como ocurrió tras la irrupción espontánea,(protagonizado por señoras, que se manifestaron en la presentación del libro de Soto y lo seguirán haciendo en otras ciudades. 

Ante todo esto, creo que somos mejores. Mejores que toda esta Nueva Edad Media de navajazos en callejones digitales. Que toda esta ignorancia impostada. No tenía Soto un rival más grato y mediático. Que todos los problemas del llamado "boicot" sea eso, luego de que estamos ante un ensayo con todas las anacronías y vicios de un discurso ideológico.

Pero precisamente por ello, porque un libro está generando tanta movilización social, que se demuestra un hecho: somos mejores que simples "bandos", sabemos someternos a juicio crítico y mejorar. Y es por eso, y no tanto por sus polémicas ridículas, "Esto no Existe" ha sido acogido por toda la sociedad y es número 1 en ventas. Ojalá la derecha te lea con juicio crítico y no con ese fanatismo que está a varios pasos por detrás del sentido común y nos ayuden mejor a entender el problema de las denuncias falsasAun si no pasa todo eso, felicidades, Juan.

 

Fotos de Juan Flores Mulero para Agencia EFE. 
Momento de la protesta durante la presentación del libro de Juan Soto Ivars en Sevilla (04-12-2025). 

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