La conspiración aceleracionista de Cristina Martín Jiménez sobre la Dana de Valencia
En 2025 se compartió en medios un vídeo de Cristina Martín Jiménez, la última superestrella de las megaconspiraciones top ventas del momento. Se trataba de un asalto a la ministra María Jesús Montero, vicepresidenta del Gobierno, en un bar, en pleno agosto. Ella misma graba y, sin pensárselo, sube el vídeo en el que, con un tono tremendamente agresivo y un lenguaje incoherente (lo transcribo por si algún día lo borra) agrede verbalmente la tranquilidad de la ministra en una nada glamourosa mesa de terraza de bar:
«Señora Montero dónde está nuestro dinero». «Señora Montero buenos días le quiero preguntar por los incendios en España, y dónde está nuestro dinero. [...] Claro que estoy grabando, soy periodista [...] ¿Perdona DE QUÉ? Mira no me comas la cabeza porque soy periodista. Sé perfectamente cómo... Mira no me toques... [...] Quería preguntarle si nos va a dar lo mismo que a los catalanes [...]. Intromisión la suya a nuestros impuestos... ¿Está usted aquí de vacaciones? Esto es un espacio Público, Artículo 20 de la Constitución. Usted está manipulando... Po entonce no me hable. Usted no me pregunte, los que preguntan son los periodistas [...] ¿Ha venido usted a la base de la OTAN? [...] No estoy teniendo ningún momento de gloria, el momento de gloria lo está teniendo el gobierno, que estáis permitiendo que la gente se empobrezca con la agenda 2030... Toma ya no, la verdad»).
En un solo minuto de vídeo, la doctora expone todo el acervo del que dispone: Cataluña, Agenda 2030, Censura política, Corrupción, la OTAN... Y si le das más tiempo, la lista sigue hasta el infinito. Vemos ya aquí el recurso predominante de CONSPIRITUALIDAD, de cómo una autora con una carrera a sus espaldas se ha creído un metarrelato hasta el punto de ser incapaz de darse cuenta del ridículo público, y la ira con la que expresa cualquier asunto.
No tengo dudas: si llega a encontrarse con la vicepresidenta a solas, sin la presencia de una amiga, la revienta a hostias. Diría que esta escena es surrealista, si no fuera porque los creadores de bulos y acosadores como Vito Quiles, Bertrand Ndongo y demás, son el pan de cada día. Se han visto pocas cosas más radicales que los "librepensadores" de derecha en la oposición.
El caso es que Cristina ha escrito chorromil libros de mierda. A tope con su movida desde tiempos inmemoriales, dice. Que es la hostia en verso y que tiene muchos admiradores. Lo cierto es que uno explora su recorrido y no llega a encontrar más allá de dos o tres presentaciones de sus libros en Andalucía y poco más. El auge se lo han dado los influencers de ya saben qué espectro político que promueve la radicalización de todo; esa nueva rebeldía negacionista que busca sistemáticamente revertir todo tipo de símbolos. Recordemos que hay negacionistas de la lluvia, del genocidio palestino, de las vacunas... Hay hasta negacionistas de que Robe Iniesta, líder de Extremoduro, fuera de izquierdas. Cualquier nuevo acontecimiento mediático es fruto de su reinvención por parte de este movimiento reaccionario. Todo es como una broma muy pesada y un relato de ficción colectivo, sobre la base de la realidad social.
Y a pesar de mi convencimiento de que es un error de hacerle caso, de caer en esta ley de Brandolini de explicar lo evidente, lo cierto es que es casi inexistente la crítica pública a todas las cosas abominables que están a punto de leer aquí a Cristina.
En su imprudente asalto a Montero, me pareció llamativo que Cristina citase un artículo de la Constitución Española que no tiene absolutamente nada que ver con el hecho de increpar y grabar a una persona, más aún, a un alto cargo político. Pero es "Doctora en Comunicación" y tiene una tesis sobre el Club Bildderberg, así que, qué sabremos los demás.
Confesaros también que tuve una conversación reciente con su director de su tesis doctoral, el ex-decano de la facultad de Comunicación, Ramón Reig, cuyo contenido no considero prudente trasladar aquí.
LA TIRANÍA DE LA MENTIRA: desinformación, censura y caos
Los títulos de sus libros están hechos para leerse gritando: LA TERCERA GUERRA MUNDIAL YA ESTÁ AQUÍ. LIBERTAD O TIRANÍA. LOS AMOS DEL MUNDO ESTÁN AL ACECHO. Porque el conspiracionismo actual, se tiene que ejercer de manera estentórea. Vamos con el último de ellos.
Con este absurdo nuevo ensayo que tiene por telón de fondo la dana de Valencia, sostiene que, como el COVID-19, esta fue provocada, planificada y llevada a los más insólitos caminos de la opulencia de las élites de poder.
Luego de un centenar de páginas donde recrea el contexto de los medios de comunicación del siglo XX y XXI, desde la Segunda Guerra Mundial hasta la era de los algoritmos en las redes sociales, Cristina nos demuestra con su crónica que sabe hacer un uso espléndido del copy-paste, el ChatGPT, y un conocimiento de la historia contemporánea de los medios de comunicación de, aproximadamente, el nivel de un estudiante de segundo de Periodismo.
No me malinterpreten, todo este preámbulo puede ser interesante para una persona totalmente ajena al estudio de la Estructura de la Información, Historia de los medios o disciplinas como Análisis del Discurso. Lo que ocurre es que todo esto no sirve para absolutamente nada más que para engatusar mentes débiles. Aquello de la "Falacia de evidencia incompleta" se muestra ya a cara descubierta, pero todavía, sin un exceso número de juicios de valor irracionales como estamos a punto de presenciar.
Este primer bloque del libro ya nos deja ver cómo el relato fascista está parasitando todo; esta vez, los estudios críticos de la evolución del periodismo y el mundo de la contrainformación. Y sonaría peligroso si no fuera porque el texto se autodesmonta, ya que irá mutando en un hiperbólico viaje por la mente de una lunática. Un papel, seguramente, impostado también.
La Tiranía de la Mentira es un documento de propaganda aceleracionista que especula sobre esa vieja teoría de la geoingeniería climática programada por las élites del Club Bildderberg, pero regurgitado sobre el desastre de la Dana en Valencia en noviembre de 2024. Un trabajo ilógico, sarcástico, y execrable, que tira por tierra cualquier razonamiento coherente o cualquier investigación fundamentada. Y lo más importante: un reflejo de la anticiencia creciente en nuestro tiempo, de la que no estamos tomando apenas medidas para frenarla.
Este turboextremismo (yo también me puedo inventar términos) tiene innumerables formas, pero la divulgación pseudocientífica, y su cara aquí más explícita: la reimaginación paranoica de la realidad, es una de las más truculentas.
El temible contexto de todo: la "Agenda 2030"
Hay algo que siempre me sorprende de un teórico de la conspiración, al igual que ocurre en las sectas; y es su capacidad inagotable para fraguar el engaño. Trabajar a su público, mantener contacto constante, y utilizar todo tipo de sesgos cognitivos para tales fines.
Los conspiradores tienen por herramienta esencial eso que llaman data dumping, infoxicación, efecto de amalgama, conspiración por agregación y de muchas otras formas. Esa exposición ad nauseam de pruebas aisladas pero que unidas a la fuerza van creando algo parecido a un relato, que sus seguidores compran y asumen porque les supone precisamente un adormecimiento del sentido crítico.
Más allá de los títulos, Cristina Martín es poco más que una Twittera reaccionaria que ha venido atacando a quienes le atacan, y moviendo a su ejército de seguidores a insultar igualmente a los que refutan sus rentables idas de olla. Con la Agenda 2030, la sectarista sevillana ha encontrado un filón guapísimo, el root of all evil. Como es sabido, el proyecto de mínimos de la ONU es uno de los principales núcleos de conspiraciones de nuestro tiempo.
Es maravillosa su afirmación que viene un poco a resumir lo que es para ella la Agenda 2030: «para apropiarse del planeta, que es el verdadero objetivo, hay que conquistar primero cada pueblo y ciudad mediante la "compra pública" de una innovación controlada por los gigantes tecnológicos ubicados en su mayor parte en Silicon Valley».
Para llevar esto hasta la dana de Valencia, Cristina ha tenido que meter en el saco todo tipo de elucubraciones: que ha habido una preparación laboriosa, desde hace treinta años, hasta la llegada de esos hidromisiles que provocaron la ola hacia la ciudad y que asesinó, de este modo, a 237 personas. Se recrea Cristina en varias de las instituciones que han organizado este cotarro. Incluso las ONGs están en el ajo (las que sean).
El relato de fondo todavía podría hasta valer: esa visión de pérdida de hegemonía de las necesidades de calidad de vida de los ciudadanos. Una crítica histórica de la desubicación, que ha robado de la geografía marxista, de la crisis de valores humanos en la planificación de las ciudades, en tanto que las prioridades se basan en la eficiencia y en aspectos económicos. Son capaces de revertir hasta el discurso de David Harvey. El neoliberalismo actual hace eso: reconvertir la crítica en argumento, darle la vuelta a todo. Quienes se sumen a esa ola tienen las de triunfar, aunque sea mediante conspiraciones enfermizas.
Valencia, insiste, lleva siendo preparada para este "acto destructivo" y lo documenta a través de, no os lo perdáis: un listado de ferias y foros sobre ciudades inteligentes (eventos en los que Cristina no ha estado jamás).
Para la imposición de la «ideología de la sostenibilidad» había que ejercer un mecanismo de propaganda para «un cambio de mentalidad en los ciudadanos, la piedra angular de todo este siniestro plan». Desea fuertemente volver a la Edad Media y a las casas de madera y piedra la autora, antes que hacer cualquier cosa que se parezca a congresos inter-empresariales, acuerdos marco internacionales, interacciones socioeconómicas en los regímenes democráticos.
El ejercicio de las colaboraciones público-privadas y los contratos con el sector público son entonces algo poco menos que monstruoso. Y mediante una montaña de datos falseados, intenta convencer Cristina a sus gregarios.
Todos los desastres naturales actuales son «un plan de las élites»
Resulta pues que los desastres naturales son siempre actos provocados. El campo experimental de la siembra de nubes y todo su trasfondo histórico, conocido y público, es otro de los cincuenta telones de fondo. En esta trama, «el silencio de los meteorólogos es terriblemente cómplice, pues no hay ninguna duda de que conocen la existencia de las armas climáticas». Afirma que ya en las Oposiciones para acceder al Ministerio para la Transición Ecológica ya se dan instrucciones de este asunto. Se les instruye, dice, en el uso de «una de las armas en manos del poder global». Se refiere al yoduro de plata (hielo) como «el mayor peligro al que nos enfrentamos los seres humanos y el entorno natural».
Establece coincidencias entre todos los desastres naturales y pone algún sonado ejemplo como el incendio de California (enero de 2025). Las asociaciones entre desastres naturales tienen pocas conexiones, pero a Cristina le vale poco, como decir que «casualmente los líderes estatales del alto gobierno "estaban fuera"». Algo tan fácil de demostrar como buscar las imágenes de, por ejemplo, Kamala Harris en la zona. Si tan solo no le pudiera el ataque frontal a los políticos demócratas, disimularía mejor la autora estos descarados desvaríos.
En general, Cristina achaca la falta de medios técnicos para prevenir los accidentes naturales catastróficos a cuestiones noticiosas de clicbait de la derecha; asuntos todos woke, La sequía por ejemplo, se produjo por estar todo el mundo centrado en cosas como la Igualdad. Pierde el centro del asunto cuando se revuelve en que la jefa del cuerpo de bomberos de California era mujer LGTBQ y que eso de que fuera lesbiana la distraía de no haber previsto el macroincendio.
O las inundaciones del Río Grande do Sul en abril-mayo de 2024, que fue un suceso horrible, pero ella necesita exagerarlo, inventándose una unidad de medida desorbitada: «El 80 % de una zona del tamaño de Francia fue destruido». Ni merece concisión, salvo claro está, la marcada intención de la autora en eludir el juicio al lector. Que yo me pregunto, ¿para que provocar un desastre natural tan salvaje para un plan que, si nos ponemos a asumir conspiraciones, ya están aplicando eficientemente en las principales Megaciudades del mundo? Ella dice que es porque primero hay que «destruir ciudades estúpidas». Es hasta entrañable la infantilidad de algunas secciones.
El desastre de la dana en Valencia
Vamos con lo gordo. Bajo el título GUERRA EN VALENCIA (recuerden, léase gritando), es un capítulo en el fondo divertidísimo, donde la autora, para negar el Cambio Climático (que ella considera como una conspiración mundial cuyos brazos programa y ejecuta los desastres naturales) recurre a la prensa populista y de titulares abiertamente falsos.
Afirma que los presupuestos para emergencias como la Dana han sido «desviados» para los presupuestos de Defensa y que esto nos lleva sin lugar a dudas a pensar que hay una guerra climática de "hidromisiles". Señala que, «ante este panorama» (el panorama de titulares explícitamente falsos) «la pregunta es del todo pertinente: ¿se ha recurrido a la geoingeniería para arruinar a los valencianos y, posteriormente, obligarlos a vender sus propiedades a precio de saldo?».
Su fábula da vueltas sin parar. Se recrea en conjeturas sobre el horror de las víctimas, tras lo que se sucede el relato inventado: «los soldados, cuando llegaron a la zona cero (la localidad de Paiporta), dijeron que lo que allí se encontraron les recordaba a Irak, a Afganistán, a Bosnia», declaraciones extraídas de una simple conversación con una amiga suya. Suponemos que al menos sería una soldado excombatiente.
Argumenta Cristina que le parece «imposible que lloviese tantísimo en un punto tan específico» y como «una especie de tsunami a la inversa (del interior al mar) como una bomba». Tiene todavía menos sentido su visión de los presupuestos y laboras de prevención forestal: «la Unión Europea impone a sus Estados miembros que castiguen con elevadas multas la limpieza de la maleza y ramas secas, incluso incluya a las cañas que el tsunami arrastró en el listado de especies protegidas».
Por supuesto, también habla de la destrucción de presas. Se las ingenia para soltar un eslogan: «¡Libertad para los ríos esclavos y muerte a los humanos esclavistas!».
En resumen, la Ciencia, a través de la conspiración climática, ha creado «el caldo de cultivo previo y necesario al lanzamiento de un arma climática que, en el caso de Valencia, tomó la forma de un «hidromisil». Reconozco que me gusta un poco el neologismo friki que se ha traído.
Sentencia que la Dana ha propiciado que Valencia sea «el espacio ideal para desarrollar sistemas de seguridad y vigilancia basados en la inteligencia artificial» y que esas esas «élites globalistas se quedarán con parte del dinero de la reconstrucción». En apenas un párrafo, resume este maligno plan: a través del contrato cerrado por la Generalitat (PP) «con Palantir Technologies cuyo CEO es el millonario Alex Karp, un socialista convencido».
Este caballo de Troya, que se contextualiza en esta crítica oligofrénica del ultracapitalismo (el socialista, claro), y la base del su estudio es directatamente una peli: «Se trata más o menos de lo que se cuenta en la película Minority Report (de 2002, basada en un cuento de Philip K. Dick de 1956), donde se describe cómo usar la tecnología para detener y condenar a asesinos antes de que cometan sus crímenes… ». O sea, Palantir es Precrimen.
Cuando se siente que flaquea su discurso, como en este momento, lo refuerza con la coletilla del «esto ya lo dije muchas veces y no me equivocaba».
Bueno, pues así sucesivamente. Cada nueva exageración especulativa nos traslada a un nuevo plan distinto, más absurdo que el anterior, siempre escalando el tono y el ansia. Tenía mucho margen la autora para desarrollar esta trama; Palantir no pinta bien, como en general, cualquier monopolio supertecnológico y actores del capitalismo extremo como BlackRock; pero disuelve las esperanzas con un timonazos discursivos del tipo: «los voluntarios que colaboraron en la dana dieron al traste con sus planes inhumanos de abandonar a los valencianos a su suerte y dejarlos morir…».
Acompañando a ese heroísmo gratuito, el argumentario asustaviejas prosigue aún con más fuerza: «toda la implementación tecnológica se ha llevado a cabo no para mejorar la vida, sino para acelerar la muerte... todo parece apuntar en esa dirección» y concluye que «ya solo se necesita que los alcaldes de las "ciudades inteligentes" compren los drones suicidas de Palantir, recién salidos al mercado». Se ha creado una película sobre una empresa en el fondo muy sospechosa, nadie lo duda, pero que ni siquiera ha investigado. ¿A ver si lo que quiere es ser guionista? Porque la autora, aunque se considera una auténtica muckraker, no posee ni una sola referencia bibliográfica sólida, ni una sola entrevista, ni una fuente valiosa, todo es fruto de un delirio constante.
Me da pena que en el fondo, esta trama tan repensada para contar un relato sobre la dana de Valencia con todo lujo de artificios (hidromisiles, meteorólogos asesinos, presas dinamitadas, persecución ciudadana, siembra de nubes, armas invisibles, genocidios selectivos, multimillonarios "socialistas") tenga que desembocar siempre en personajes tan arquetípicos; en malos tan infantilmente malos que mascullan eso de "mi plan salió a la perfección" mientras acarician un felino y que en sus eslóganes hay siempre símbolos del mal absoluto y esas cosas. Pero es la mente de una depravada donde todo va a valer: por ejemplo: las consecuencias del desastre: fueron el plan inicial. Si hay actuación rápida, es interesada, si no la hubo, también. Si hay reconstrucción, es un plan para expropiar y enriquecerse de lo público. Si no lo es, es un ataque terrorista encubierto. Sea como sea, la autor debió decidirse primero por una de las tramas y no todas a la vez.
Podría tomarme dos copas con Cristina y le compraba la conspiración; pero no hace falta que se suba a la mesa y se cuelgue de la lámpara para contármela.
Pero ojo, hay escena postcréditos tras la dana: El llamado Digital Valley que se ha proyectado en Picassent, ese campus de data centers y tecnología que empieza a construirse, es otro peligro, ya que afirma que «no tenemos energía suficiente para ello» y que «no es ninguna locura pensar que se produzcan nuevos ataques climáticos que arrasen las zonas implicadas para instalar en ellas paneles solares». Faltaba por supuesto la energía solar en su eje maligno multilateral, aunque el único argumento sea ese: que las placas solares "ocupan espacio".
Podría preocuparse Cristina por cómo Picassent se va a convertir en una ciudad de nueva explotación de obreros digitales; en cómo esos mierdajobs psicóticos de los data centers van a ser el único reducto para ganarse la vida de muchísima gente. De cómo se nos va la salud mental al carajo con las dinámicas que está tomando el mundo dominado por las Megacorporaciones. Por citar algo serio, McKenzie Wark aborda precisamente estos temas en El capitalismo ha muerto: el ascenso de la clase vectorialista (2021), analizando rigurosamente y con un tono divulgativo exquisito la deriva de la economía digital y de la propiedad de la información y la infraestructura.
La CIA controla toda la prensa mundial
Con el cierre del libro, se vuelve al relato inicial de conspiración mundial por una prensa controlada por el pensamiento woke, las élites de poder y tramas como el Cambio Climático. En ese sentido, sus réplicas al poder derivan siempre en apelaciones al gasto público en materia de Protección del Medioambiente, Seguridad, Desarrollo, los desmonta con una pregunta absurda que repiten todos los conspiradores: «¿dónde está el dinero?».
Es una pena que estemos en las antípodas de entender el Cambio Climático, al economía de la naturaleza, o el Decrecimiento... Pero estos libros cada vez son mayor en número y peores en su método.
Su epicentro son las noticias falsas. Incluso mejor aquellas que han sido verificadas como bulos. Como el sinsentido de que USAID pagó millones de dólares a celebridades como Sean Penn, Orlando Bloom, Ben Stiller o Angelina Jolie «por ir a Ucrania a hacerse unas fotos con
Volodímir Zelenski».
La mayoría de referencias que da por verdades absolutas son, no noticias, sino solamente sus titulares clicbait de noticias, donde a menudo el contenido de la información y por supuesto la intención, es otra bien distinta.
Esto en el fondo es un problema: el legado de la prensa ya no tiene validez como fuente, si para subsistir necesita caer constantemente en titulares que la propia noticia luego desmonta. Esta forma autoasumida de posverdad de la prensa, no es solo una reducción simplista, un truco de marketing viral, un recurso creativo para generar interacción (sorpresa, hate, sharing...). Es, sobre todo una epidemia. Su núcleo suele estar escorado a la derecha extrema, pero la izquierda también peca constantemente de ello.
Toda esta crispación lleva a personas como Cristina a afirmaciones de la talla de: «El legado de la Guerra Fría fue la incorporación de la CIA a las redacciones periodísticas, una presencia invisible, pero absoluta».
Como profesional de la comunicación, debe ser difícil para una persona que pensó que doctorarse era invertir en su futuro y encontrarse con una realidad, la del mundo académico que está cayéndose a pedazos. Que el periodismo fue una gran decepción, con respecto a las ilusiones que podíamos tener hace un cuarto de siglo por el auge del periodismo digital. Sueños frustrados que hacen que mucha gente odie las responsabilidadesde ejercer el pensamiento libre, y se posicionen a favor de un derecho a cobrar por mentir. Pero traspasar semejante barrera moral es un punto de no retorno. Más aún, cuando su tesis de las élites de poder no era un documento abominable, algo que me ha reconocido personalmente su tutor, el decano de la Universidad de Sevilla, Ramón Reig. Lo digo por no quitarle el mérito de lo que pudo haber sido a esta investigadora o divulgadora. La conspiración en última instancia, es una forma de desencanto del mundo.
Lore y fe; cibercultura y neoficción
Indiferentemente de las realidades del Nuevo Orden Mundial y el innegable dominio de unas organizaciones elitistas del "Gobierno del Mundo", el ejercicio crítico aquí es puramente ilusorio. Una provocación sin contenido. Esto es un puro ejercicio de liberación de tropos de la literatura de ficción. Storytelling en esencia pura. Tolkien, por ejemplo, no solo imaginó figuras como elfos u hobbits únicamente como un ejercicio de fantasía, sino también como dispositivos míticos mediante los cuales elaboró una crítica a las dinámicas de poder presentes en su tiempo.
La cibercultura empieza a confundir muy seriamente el mundo real del imaginado, en buena medida, porque tenemos un pie en cada uno de ellos. Y el conspiracionismo intenta posicionarse en el lugar que ha dejado la pérdida de la fe religiosa en Occidente. Ese deseo de fantasía sí que parece más un absoluto de nuestro tiempo: en el mundo real, todo este trasfondo de titulares falsos, relecturas reaccionarias, falacias lógicas, invents como la copa de un pino, han ido creando un universo propio en materias como el relato del genocidio climático.
Y es así como la lectura resulta tremendamente macabra, de comedia negra y sospecho de que sea ese el motivo de su éxito. La gente no puede consumir este tipo de textos densos si no es por pura búsqueda de morbo. ¿No es este mundo, el de lo Políticamente Correcto un lugar donde "ya no se puede hacer ni un chiste"? Entonces, ¿no es acaso este el modo de comedia en cubierta que le queda a la ultraderecha? La conspiración es, a todas luces, una comedia desestructurante, fundamentalista e ideológica. Una vacilada de quien disfruta sintiéndose un opresor. Un sadismo. El mundo se les ha vuelto insoportablemente complejo, y con eso hasta empatizo, pero la paranoia ultra va cada vez más lejos y estos metarrelatos underground son la broma macabra de nuestro tiempo.
La conspiración es un relato de ficción encubierta y entretenimiento. En este caso, el lore es autoparódico, porque afirmar «tenemos que poner en el banquillo al cambio climático» no sólo no es una crítica a las élites de poder, sino que es una forma de sentar cátedra en la crónica sarcástica del siglo XXI. Tendrán las bibliotecas del futuro secciones de Narrativa Conspiranoica y será considerado tal vez como un revolucionario movimiento literario, vanguardista y de autoparodia. O tal vez no llegarán a saber de todo esto, porque en realidad este chiste, es una forma final de autodestrucción cultural. La conspiración en última instancia es la forma manifiesta del fin del mundo.
Y es tan posible que el conspiracionismo alimeente el colapso desde el aceleracionismo fascista, como lo era en la película de No Mires Arriba (2021).
Mediante todos estos mecanismos de distracción y asociaciones imposibles, del tipo ¡bomberos gays! ¡Prostitución infantil en el gobierno! ¡Nos fumigan! se produce una neurosis cotidiana: un día sí, otro también, creando un mercado propio de libros de tirada corta, impresión digital, y venta online. Y quienes se dedican a esta estafa legal de retorcer el librepensamiento, pueden dedicarse a jornada completa porque siempre habrá lectores que, en clave satírica, lo hagan rentable.
Pero por supuesto, también hay muchísima gente que comulga con la propaganda fascista de Cristina: Twitter/X es un caldo de cultivo inmenso donde un porcentaje alto de los seguidores de Cristina en redes son cuentas genéricas pero que posiblemente NO sean bots. Este sistema, por hastío, por ignorancia, por rabia, o por lo que sea, funciona.
La risa no es una forma de antiverdad. Al contrario, la risa tiene un efecto pasivo de seducción, de convicción. El miedo también. En conjunto, producen una risa histriónica que es demoledora para el sentido común. El lector que busca la ironía en la brecha se encuentra aquí con el reaccionario más analfabeto, como todos esos adolescentes que exploran relatos alternativos inocentemente. Todos estos compartirán el "Te tienes que reír" y "te tienes que asustar", aunque sea por caminos intelectuales distintos.
En 1968, Ulrike Meinhof, entonces una treintañera periodista radical de la revista de la izquierda radical alemana Konkret, escribió aquello de “Se acabó la broma”, que venía a expresar el deseo de mecanismos de violencia como respuesta al Estado. Eso es exactamente lo que están haciendo ahora los conspiradores de este nuevo-viejo-liberalismo.
La conspiración empieza a ser un relato de ficción dominante del siglo XXI, y la clave de su éxito es no parecer un género tradicional, incrustarse en la realidad y proponer reinventarla. Esta especie de ruptura de la cuarta pared es un fantasma metanarrativo que acojona y descojona. Pero la connivencia social con la mentira está generando monstruos cada vez más difíciles de comprender.
La Tiranía de la Mentira ha estado en el top ventas de Amazon este 2025, donde apenas existen una o dos críticas negativas del texto. Y la Universidad de Sevilla aún no ha hecho el más mínimo esfuerzo por distanciarse de todo este nuevo paradigma de desinformación de una de sus figuras más maléficas; la doctora Cristina Martín Jiménez.
Solo quiero terminar reiterando una defensa al sentido común: que estas relecturas del aceleracionismo fascista que están absorbiendo y tomando por suyas posturas críticas socialdemócratas, progresistas o incluso de base marxistas no nos impidan analizar los grandes problemas estructurales del mundo; incluso, si cabe, con cierto tono conspirador, o un poco reduccionistas, o vendelibros a veces. Pero nunca así.





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